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  • Foto del escritorIsabel Ruiz

PSICOLOGÍA SISTÉMICA FAMILIAR Y DIGITOANÁLISIS

Actualizado: 17 jul 2020

Emma, además de psicóloga infantil y juvenil, era logopeda y dirigía un centro de refuerzo escolar para niños y jóvenes cuyos padres y madres, o bien deseaban potenciar en sus hijos e hijas algún área de conocimiento específico (informática, ciencia, idiomas, sexo-afectividad, etc), o bien buscaban solucionar determinados bloqueos o dificultades que afectaban el desarrollo psico-educativo de sus hijos.

Samuel tenía 15 años cuando su padre, aún conmocionado por la prolongada y devastadora enfermedad de su mujer y por las repercusiones que esa dolencia había generado en su rol familiar, decidió buscar ayuda profesional en el centro de refuerzo que quedaba más cerca de su casa. Necesitaba encontrar con urgencia una solución a la situación personal y educativa de su hijo. Emma se hizo cargo del caso y ya en la primera sesión pudo comprobar con preocupación que Samuel:

  • En lo emocional: no tenía ninguna motivación e interés, ni en la escuela, ni con las aficiones, ni con los amigos, y;

  • En lo físico: presentaba un estado de salud y un aspecto débiles y preocupantes para su edad.

Emma alertó al padre de la situación límite en la que se encontraba su hijo y planificó un mes intensivo de trabajo que incluía: dos sesiones individuales semanales con Samuel, una sesión semanal con el padre y una sesión quincenal con ambos. Cuando, a fin de mes, llegó la hora de evaluar los resultados conseguidos, Emma se dio de bruces con una evidencia: el único que estaba progresando con el trabajo terapéutico era el padre que, desbordado con su situación familiar, había encontrado en ella un resorte para reconstruir su energía. Samuel, por su parte, seguía igual de decaído y desmejorado. En ocho sesiones, Emma había tendido todos los puentes inimaginables para ofrecer a su paciente una vía de diálogo o de desahogo que le sirviera, a su vez, de salida de emergencia para escapar de la espiral negativa en la que se encontraba sumergido. Ni las técnicas proyectivas (dibujo, collage, etc.), ni las metáforas, ni los ejercicios con la tercera persona, ni las dinámicas corporales, sirvieron a Emma para generar alguna reacción en Samuel que le animara a hablar abiertamente de sus preocupaciones.

Antes de tirar la toalla, Emma decidió probar con el Digitoanálisis. Previa autorización del padre y del propio Samuel para tomarle sus impresiones digitales, me reuní con ella para explicarle las conclusiones del análisis de las huellas palmo-dactilares de su paciente. Samuel tenía las características de las siguientes grupologías:

  • Grupo 2/3 (núcleo inclinado–crestas cerradas): analítico, emotivo, muy sensible. Obsesivo, obstinado y con una autoexigencia radical. Impositivo y con oscilaciones en su capacidad de ejecución, dependido de las circunstancias y el momento. Muy introvertido y selectivo con las personas que le rodean. Tendencia a padecer episodios de ansiedad.

  • Grupo 3 (núcleo vertical–crestas abiertas): variable y con un ritmo de trabajo intermitente. Recurre a diferentes soluciones frente a una misma situación

  • Crestas basilares-rectas alzado estándar: Baja capacidad de inquietud y capacidad de acción.

  • Sector medio (trirradios amplios y medios): Facilidad para captar la información.

  • Huella adyacente sector b–c (huella pino, recta y ovoide): Falta de control, afronta el riesgo, intuitivo, agudo, buena capacidad de captación, muy sufridor, supera los obstáculos, siempre sale de cualquier atolladero pero lo sufre.

  • Huella área de motivación: motivación baja.

  • Área de resistencia física: muy baja.

Samuel era un adolescente protestón e impositivo en la intimidad. Exigía, pero no gestionaba bien lo que le parecía exigente por parte de los demás. Era extremadamente sensible y temeroso ante cualquier situación novedosa. Sus pensamientos le condenaban a dudar profundamente de su capacidad para tirar adelante con su vida y esto lo bloqueaba y le hacía sufrir mucho. Samuel era buen estudiante, pero también era inseguro y le costaba trabajo tomar decisiones y afrontarlas. Su nivel de exigencia le empujaba a conseguir los objetivos y si no los conseguía se frustraba y se autocastigaba con pensamientos negativos y persistentes que quedaban fuera de su control. Todo esto en el más absoluto de sus silencios, porque Samuel no decía nada. Se encerraba en sí mismo y protestaba por cosas que, aparentemente, no tenían sentido. Su ritmo de actividad era inconstante. No se sentía comprendido y esto le generaba importantes estados de ansiedad.

Frente a estos resultados, le planteé a Emma un escenario y enfoque del trabajo radicalmente diferentes. Le dije con pesar que Samuel, dada su marcada intransigencia y su elevada susceptibilidad para establecer vínculos de confianza, nunca llegaría a compartir con ella sus inquietudes o sufrimientos. De hecho, me aventuré a predecir que la asistencia a las sesiones semanales había servido, tanto para reforzar la coraza que Samuel había construido a su alrededor, como para alimentar sus pensamientos destructivos. También, siempre en base al análisis de los digitotipos, me arriesgué a sugerir que dejara de hacer sesiones individuales con él porque intuía que ese camino terapéutico estaba siendo contraproducente. Finalmente, le recomendé a Emma que si había alguna posibilidad de devolver la ilusión a Samuel era trabajando de manera indirecta a través del padre.

En efecto, ahora que el padre había recuperado el impulso y la luz, le indiqué a Emma que toda la intervención con Samuel tendría que canalizarse a través del (débil) vínculo que ya existía entre los dos y que su misión como psicóloga sería la de guiar, enseñar y ofrecer recursos al progenitor para reforzar ese vínculo y, desde ahí, poder ayudar a su hijo a recuperar la ilusión y la salud.

La primera fase de esta intervención indirecta sería explicar al padre como era Samuel. Emma utilizó las conclusiones del Digitoanálisis para resumirle las características de su hijo:

  • Muchos de los episodios que vivía Samuel eran producto de su propia personalidad. Su mente tenía un gran poder para generar barreras de comunicación que limitaban su capacidad para desarrollar conclusiones objetivas y bloqueándole para tomar decisiones o iniciativas. Su naturaleza era analítica, retraida y racional, excelente para resolver problemas en los estudios, pero lenta para tomar decisiones sobre asuntos donde disponía de poca información.

  • Samuel consideraba que expresar emociones era una debilidad. Acumulaba tantas tensiones que su autoconfianza estaba bajo mínimos y desde ahí era muy difícil proyectar sus objetivos y actividades con energía y empuje.

  • Samuel necesitaba personas que no recriminaran constantemente su aptitud, dado que esto podía llegar a alterar la convivencia en común.

Una vez el padre entendió las claves de la estructura de personalidad de su hijo, Emma diseñó la segunda fase para reforzar el vínculo entre ellos. Ahora Emma solo trabajaba con el padre y le dio dos consignas para relacionarse con Samuel en esta etapa: evitar cualquier tipo de reproche o crítica y utilizar cualquier excusa para ensalzar sus fortalezas.

Poco a poco, Samuel fue recuperando su energía vital y empezó a alimentarse con más consciencia. Su padre consiguió establecer una relación positiva y de confianza. Era tan sólido ese vínculo que, un día, su hijo se atrevió a confesarle una experiencia pasada traumática donde residía el germen de todo su calvario: un entrenador deportivo de su preadolescencia le exigió más de lo que podía dar. El educador, con poca sensibilidad, no supo ver que sus formas podían resultar efectivas con otros chicos pero que, dada su estructura de personalidad, estaban resultando devastadoras para Samuel.

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